El Capitán, Otto, iba muy preocupado. Miraba con un catalejo a ver si divisaba algo. Es que llevaban muchos días sin cruzarse con otro barco. Él y su tripulación trabajaban de “piratas” y para eso necesitaban encontrar barcos: asaltarlos, robarles el cargamento, las joyas y algunas cositas más.
-¡¡Maldición!! - pensaba el Capitán Otto. Desde que aparecieron esas benditas máquinas que llaman aviones, ya nadie quiere viajar en barco. Todo el mundo está apurado... ¿A dónde van con tanto apuro?
- ¡¡ Ahh...!! - ¡Cómo extraño las viejas épocas! ¡Qué linda era una lucha entre piratas, cuerpo a cuerpo, con espadas y saltando sobre las cuerdas!...- refunfuñaba por dentro.
El Capitán Otto estaba muy enojado y un poquito triste, también.
El Contramaestre, Atilio, era un hombre bonachón y muy querido por la tripulación; era el dueño de Pupy, una hermosa perrita de pelo enrulado.
Pupy hacía mucho tiempo que viajaba con los piratas. Compartía penas y alegrías y a veces, hasta el hambre.
Lucio, el cocinero del barco, adoraba a Pupy. Por eso, cuando lograba cocinar algo con carne, reservaba los mejores huesitos para ella. La perrita a cambio no dejaba entrar ningún ratón, a la cocina. Si veía uno, le ladraba tanto, que el pobre ratón prefería tirarse de cabeza al mar, antes que soportar el enojo de Pupy.
CONTINUARÁ
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