Luego, tanto el capitán como los tripulantes, se echaron a dormir una siesta bajo las palmeras.
Pupy no dormía, ella se dedicó a recorrer la isla. Anduvo y anduvo. Tanto, que llegó al otro extremo de la isla. Pero, ¡Oh!, ¡Que sorpresa! Allí había otro barco anclado a la orilla. Era más grande y mucho más feo que el barco del Capitán Otto.
Notó algo extraño. Los marineros de esa embarcación, estaban amarrando con sogas a varias personas; parecían prisioneros. Los ataban a los troncos de las palmeras.
Eran 4 personas: dos hombres, una mujer y una niña de unos seis años. La niña lloraba desconsoladamente y pedía por su mamá.
El que parecía jefe de esta banda de malhechores, gritó:
- ¡Hagan callar a esa niña! – No soporto llantos.
Este capitán presentaba un aspecto terrorífico. En un brazo en lugar de mano salía un garfio. Además tenía una pata de palo.
- Ustedes señores, me van a entregar el tesoro – amenazó apuntando con su garfio.
Estos llevaban un cofre enorme con billetes y joyas preciosas.
Uno de ellos rogaba:
- Capitán Juárez, - así se llamaba el Capitán de este barco.
Por favor no robe el cofre. Lo necesitamos, es importante para nuestro país- dijo el otro. Esas joyas son para construir escuelas y casas para familias muy pobres. Nos costó tanto conseguir ese dinero y las joyas...
- ¡No me importa para quién es! Ahora, es para mí y mis piratas - gritó el Capitán Juárez. Me lo dan por las buenas o Miguelito se hará cargo de ustedes; para eso hace 10 días que no le doy de comer... Je, je... ¡¡¡Está hambriento!!!
Desde una enorme jaula, se escuchó un rugido.Pupy miró a Miguelito y se puso a temblar. Era un monstruo muy feo, enorme; de su boca gigante salía fuego cada vez que rugía. Parecía hambriento y se veía muy, pero muy furioso.
La niña lo miraba y lloraba más fuerte.
Pupy , espíaba la escena, escondida detrás de un gran helecho. Este, por suerte, lograba taparla por completo.
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